Sidera caellum illustrant

jueves, 31 de octubre de 2013

PREPOSICIONES PROPIAS GRIEGAS


Érase una vez, un explorador cómo los de antaño, de aquellos que iban desde su más querida Inglaterra -con su reina, su té a las cinco de la tarde y su acento inglés refinado-, hasta los confines de la selva virgen de las Américas dónde nadie aún había puesto siquiera un pie.
Un buen día, dicho explorador, al levantarse de su cama aún vestido con su camisón de dormir, decidió ir a explorar la selva ya que hacía mucho tiempo que no iba. Llamó a su mayordomo y le pidió muy educadamente -porque los ingleses no daban órdenes, ellos eran pulcros y educados hasta la médula- que le preparase su equipaje porque, al acabar su café, partiría sin más demora hacia el rincón más remoto de toda la tierra. Pues bien, se embarcó en uno de esos barcos con destino incierto y se dirigió, ni más ni menos, que a la peligrosa y salvaje selva. Al llegar allí, no creáis que se encontró lo que se encontraría un explorador de su talla, no. Allí no habían esos árboles grandes y altos que hacían de la selva un lugar húmedo y oscuro. Allí había arena y desierto y dunas y palmeras y un oasis. ¡Eso parecía el desierto del mismísimo Egipto! Pero bien, se puso a andar. Y anduvo y anduvo, hasta qué... ¡se encontró un león! ¿Un león? ¿En la selva? Qué cosas tan raras se encontró allí nuestro amigo el explorador inglés, que estaba tan acostumbrado al orden. Y de repente pudo ver como, ese león  que había visto de lejos, se dirigía rápidamente hacia dónde estaba él. Se asustó y se quedó quieto, sin apenas moverse siquiera para respirar. Y cuando estuvieron frente a frente, el explorador sudado y asustado permaneció en silencio y el león ¡le habló! Y además, ¡lo hizo en griego! Esto fue lo que le dijo, un tanto mal traducido:

-Ven explorador inglés, te enseñare aquí, en el desierto de Egipto que has encontrado donde debería estar la selva de Amèrica, las preposiciones que tiene el griego clásico.

Y así fue como el león enseñó al explorador las preposiciones.


domingo, 27 de enero de 2013

Hero y Leandro

Hero, era una sacerdotisa de Afrodita que vivía retirada en una torre en Sestos, al lado del mar, en el extremo de Helesponto. Leandro vivía en Abidos, al otro lado del estrecho.

 


En Sestos se celebró un festival en honor de Adonis y Afrodita, donde acudieron personas de muchas ciudades distintas. Leandro vió allí a Hero, de la cual quedó prendado de su hermosura. Él la llevo al templo para confesarle su amor, pero Hero protestó al principio. Finalmente, Leandro le dijo que Afrodita, siendo la diosa del amor, despreciaría la adoración de una virgen. Después de oír todo lo que Leandro le decía, se enamoró locamente de él, pero ella le advirtió que sus padres no le permitirían casarse con un extranjero. Al escuchar eso, Leandro le dijo: "Por tu amor, cruzaría hasta las olas salajes".



A partir de ese momento, Leandro cruzaba cada noche el estrecho que había entre los dos amantes. Para poder llegar a la torre donde se encontraba Hero, éste le pidió que colocase una lámpara en la ventana para poder guiarse. Este arreglo duró lo mismo que el verano. Al llegar el invierno, el mar cambió, pero no detuvo el amor incondicional de Leandro que siguió yendo a ver a su amada.



Una noche, el cielo no tuvo piedad y arrebató las aguas con una tempesta, agitando el mar y apagando la lámpara de Hero. Leandro se perdió y se ahogó en el mar. Al día siguiente Hero encontró al cuerpo inerte de Leandro en la playa y lo tomó desconsoladamente entre sus brazos. Una ola enorme se los llevó a ambos, para perderlos juntos en la infinidad del horizonte.




Un amor que no arriesga nada, no vale nada.



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